viernes, 23 de enero de 2009

Crónica de Miguel Forcada sobre la subida al Jardín del Moro

SUBIDA AL “JARDÍN DEL MORO”
18-1-2009.

Tras la nevada caída el sábado anterior, que nos obligó a suspender esta excursión, nos reunimos a las 8,00 y salimos en coche en dirección a Rute por el carril de Jaula. Dejamos el coche en la entrada del cortijo del Torcal y emprendemos la marcha a pié por el carril que sale al otro lado de la carretera atravesando el olivar en dirección a los tajos del Bermejo. Hoy somos cuatro: Agustín, Gertru, Alonso y este cronista.
Comprobamos el error sufrido en Octubre, en aquella durísima subida, perdidos a causa de la niebla: en vez de dirigirnos hacia la derecha, llegamos a los tajos en línea recta y penetramos por un barranco casi imposible con una difícil salida a la vertiente suroeste del Bermejo. Fue una subida épica, pero firmamos en el libro de la segunda cima cordobesa. Hoy vamos a entrar por donde debimos haberlo hecho aquel día: por la garganta que se abre justo encima del cortijo del Soto nuevo y que da origen al arroyo de las Cañas. Pero hoy nuestro objetivo es el mítico “Jardín del Moro”.
Cruzamos el “camino viejo de Priego a Rute” y seguimos ascendiendo en diagonal hacia la derecha para ir ganando altura y evitar entrar en el barranco desde abajo. Este tramo se hace dificultoso por estar ocupado por matorral muy tupido y por el desnivel, cada vez mayor. Avistamos ya la entrada de la garganta que aparece como un amplio desfiladero que se estrecha cada vez más, y entramos en ella casi al pié de los tajos que, a los dos lados, presentan formaciones espectaculares, como si la roca hubiera sido cortada a cuchillo, en capas verticales, de arriba abajo.
La subida es todavía suave, casi agradable; vamos sorteando el canchal que ocupa el cauce del barranco, primero por la derecha, después por la izquierda siguiendo las zonas cubiertas por la hierba. Al superar la primera curva divisamos a la izquierda la empinada falda del Bermejo, frente a nosotros la cuerda geológica que une el Bermejo con esta otra mole, coronada de agudas crestas, en la que se encuentra el Jardín del Moro. Todas las cumbres están, hoy también, ocultas tras una densa niebla… Comenzamos la ascensión en dirección oeste, hacia la derecha, hasta alcanzar el borde de la cuerda que, como un inmenso balcón, nos asoma a un nuevo barranco, casi un valle en forma de “y” griega: en su vértice, una mancha oscura nos descubre el lugar en el que brota la fuente del Espino, situada a 1.200 metros, la más alta de la provincia de Córdoba; en ese punto se unen los dos brazos de la “y”; el uno baja del Puerto del Cerezo y el otro del Puerto de la Higuera. La niebla se hace transparente por momentos y nos deja ver blancas vetas de nieve que todavía resisten en las tierras más altas y umbrías. Extrañas formaciones de piedra viva erguidas entre la bruma aquí y allá, completan un paisaje fantasmagórico…
Caminamos en dirección suroeste, con desniveles nuevamente peligrosos; las huellas del paso de los rebaños, que dejan sobre la piedra una estela rojiza, nos ayudan a encontrar, entre inmensos roquedales, la buena dirección hacia el Jardín del Moro. Llevamos casi dos horas de marcha cuando avistamos el aljibe, en lo más alto del último tajo. Quince minutos después, estamos frente a la muralla y penetramos inmediatamente en el recinto.
Tremenda ironía llamar a esto Jardín… Porque no es un espacio amable o preparado para el descanso del guerrero sino un terraplén de roca rodeado de tajos excepto por el lugar que cubre la muralla; no habrá en total más de media hectárea de terreno; gracias a que las lluvias han sido generosas en este otoño, las zonas no ocupadas por la roca están cuberitas de verde hierba; en verano en cambio todo es pardo y reseco. Subimos hasta el aljibe, situado en lo más alto, al borde mismo del tajo que da al interior, de cara a la cumbre del Bermejo. Da miedo asomarse… Alguien comenta que todo aquello se construyó en el siglo IX y el silencio se apodera de nosotros: ¡el siglo IX!...
Construido posiblemente durante la rebelión de Homar Ben Hafsun contra el emirato de Córdoba; castillo roquero para el control de los pasos norte-sur en las tierras, entonces habitadas por osos y jabalíes, de Said Ben Mastana. ¡Imposible ni siquiera imaginar cómo vivía aquella gente!. ¡Sangre, sudor y lágrimas!...
¡Silencio!. De pronto nos damos cuenta de que media docena de buitres nos sobrevuelan. Sus siluetas se recortan sobre el cielo, negras, impresionantes, cada vez más cerca de nuestras cabezas. Después desaparecen de pronto.
Mientras comemos un bocadillo para reponer fuerzas y empezamos a pensar por donde vamos a bajar de allí, se oye un cencerro e inmediatamente vemos aparecer una hilera de ovejas, saliendo a toda prisa por la parte baja de las murallas del jardín. Se dirigen a toda prisa hacia la zona alta, por donde nosotros hemos llegado. En tres minutos han pasado por lo menos cuarenta; ningún pastor las dirige ni las acompaña; suben ahora y bajarán por la tarde con las ubres cargadas de leche. ¿Quién da más por menos?.
Comenzamos la bajada hacia el interior del barranco; primero una zona de placas de roca, peligrosas porque están mojadas; después una zona de matorral en el que aparecen matas de romero hasta ahora no vistas en este recorrido. Divisamos la oquedad en la que hace años hubo un nido de águilas; está en mitad del tajo, justo debajo del aljibe; se ve todavía una carga de ramas sobre las que se situaba el nido ahora abandonado. ¿Queda alguna pareja de águilas en la Horconera?. Afortunadamente creemos que sí; hemos podido comprobarlo recientemente… Pero ¡cuanta añoranza por ese nido abandonado!.
Entramos ya en el final del barranco que entre dos tajos perfectamente verticales, se desploma en una verdadera cascada; hay que elegir bien el recorrido para no verse obligado a descender por laderas impracticables de roca viva. Tenemos delante las tierras de la “Gesa Vichira” o Dehesa de Vichira; hay un camino a la derecha que nos lleva a la cantera, también abandonada (en este caso afortunadamente). Quedan bloques de piedra con las marcas de los barrenos perfectamente visibles. ¿Qué hubiera sido de este paisaje increíble, si esta cantera hubiese resultado rentable?.
Caminamos en dirección al cortijo viejo de Vichira, pero antes de llegar a él nos queda una última sorpresa: los corralones y sobre todo las parideras de este cortijo; sabemos que este puede ser uno de los lugares más antiguos ¿desde el siglo IX? en el que siempre hubo una gran explotación ganadera; ahora ya no hay cerdos, sino cabras y ovejas pues la dehesa ha desaparecido, transformada en un riquísimo olivar. Pero estas parideras tienen un aspecto antiquísimo; habrá muy pocos casos en Andalucía, tal vez en toda España, de construcción ganadera tan antigua como esta; estas parideras deberían ser protegidas como muestra señera del patrimonio etnológico…
Tardamos media hora más en llegar al punto de partida atravesando el olivar y la zona de pastos donde se encuentra Vichira nueva, centro de la explotación ganadera actual. Parada en la fuente del Soto, siempre rebosante de agua pues recoge las del barranco por donde hemos ascendido esta mañana. Y desde allí a la entrada del cortijo del Torcal.
Han sido cinco horas y media de caminata. Hoy nos dará tiempo a tomarnos una cerveza antes de regresar a casa!!.
Miguel Forcada.
P.D. Durante la cerveza nos comprometimos a visitar a Rafael Carmona para que nos explicara los misterios del Jardín de Moro. Todos nuestros interrogantes quedaron resueltos. Y además, ahora sabemos que aquel recinto fortificado es el Castillo de Tiñosa; este era el nombre con el que aparece en los escritos de la edad media; entonces el conjunto del macizo de la Horconera, era denominado “Tiñosa”…

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